Mañana abre Amor y deseo en el Centro de Extensión UC con 52 obras del artista español. Françoise Gilot y Jacqueline Roque, sus dos últimas mujeres, inspiran varias de las piezas.
Tenía casi 80 años y el amor volvía a tocar su puerta. Como ya era habitual para Pablo Picasso, la diferencia de edad entre él y su nueva amante era notable: 47 años para ser precisos. Su nombre era Jacqueline Roque, una aficionada a la alfarería de 27 años que se transformaría en su segunda y última esposa, luego de que la primera, la bailarina Olga Khokhlova falleciera sin nunca querer darle el divorcio.
Desde ese día, Roque se transformó no sólo en su mujer y musa, también fue su enfermera, su ama de llaves y para algunos, como la ex pareja del artista, Françoise Gilot y de los hijos que tuvo con el pintor, Claude y Paloma, en su carcelera. A pesar de la rivalidad que las haría luego luchar por la herencia de Picasso, ambas fueron dos de sus musas más importantes. Así lo explica el curador de la Fundación Picasso, Mario Virgilio, a cargo de la muestra Amor y deseo que trae a Santiago 52 grabados originales del autor de Las señoritas de Avignon, y que se abre a público mañana en el Centro de Extensión UC.
“Françoise y Jacqueline compartían una vocación artística con Picasso Ambas lo sedujeron como musas y modelos, y a cada una las plasmó de forma especial: Françoise de frente, convertida en mujer-flor cuyos cabellos hacen el papel de pétalos, y Jacqueline de perfil y siempre con una serenidad clásica”, explica Virgilio a La Tercera.
La muestra, financiada por la Compañía Minera Doña Inés de Collahuasi, proviene de la Fundación Picasso, con sede en el Museo Casa Natal Málaga, y pisó por primera vez Latinoamérica en octubre, cuando se inauguró en el Museo Baburizza de Valparaíso, para luego viajar a Iquique, donde se exhibió en la Sala de Arte Collahuasi entre enero y febrero. Ahora aterriza en Santiago, donde hasta el 30 de octubre, se podrán ver las obras que cubren 50 años de producción del genio español, que van de 1921 hasta 1971.
“Picasso realizó su primer grabado a los 18 años, un picador sosteniendo la pica con la mano izquierda y que titularía ‘El zurdo’ para justificar su error al dibujarlo sobre la plancha como diestro y apareciendo como zurdo al imprimirla. Su trabajo como grabador nunca cesó y se fue intensificándose con cada década, ya que era un reto para él, el juego con los diferentes utensilios y las múltiples posibilidades técnicas”, señala el curador.
Amor y deseo refleja la intensa vida amorosa que llevó el malagueño y que dejó plasmada en varias obras plásticas. Entre sus relaciones más importantes está su primer matrimonio con la bailarina rusa Olga Khokhlova quien le dio su primer hijo: Pablo, pasando por Marie- Thérèse Walter, a quien conoció cuando ella tenía sólo 17 años y se transformó en la musa rubia de sus pinturas y madre de su hija Maya. En 1935 vendría Dora Maar, la fotógrafa, musa de los surrealistas, y testigo de su obra más reconocida y las más política: el Guernica. Luego cayó en los brazos de Françoise Gilot, con quien tuvo a sus hijos Claude y Paloma y quien presenciaría los años de mayor fama pública. Gilot también se jactaba de ser la única que había abandonado al artista español. En los 50 Picasso se empinaba sobre los 70 y ya era un gigante que vendía millones. Eso sí, aún le faltaba otra década más por vivir, crear y amar: ahí llegó Jacqueline Roque.
La muestra recoge una serie de grabados dedicados a sus musas, pero también destacan otras series como cuatro litografías de 1921, de trazo simple y clásico; una escena de playa de 1932, uno de los escasos ejemplos estrictamente surrealista en los grabados de Picasso; la poco conocida serie de mujer en un sillón, “que tiene una vinculación con Chile al ser el resultado de un viaje a Polonia para defender públicamente a su amigo Pablo Neruda”, cuenta Virgilio; y las piezas de la década de 1930 pertenecientes a la conocida como “Suite Vollard” símbolos del clasicismo picassiano.
Admirador de Goya, Rembrandt y el francés Jacques Callot en la técnica del grabado, Picasso utiliza el soporte a la par de la tela. Su primer grabado cubista lo realiza dos años después de las Las señoritas de Avignon y en 1937 siguiendo los pasos del Guernica realiza el aguafuerte Sueño y mentira de Franco, donde se atrevió a ser más mordaz contra el dictador. Quizás su litografía más conocida es La paloma de la paz que adornó el cartel para el Congreso Mundial de la Paz de 1949 en París. A diferencia del óleo, en el grabado Picasso era más libre y más masivo. El entendía su poder. “La posibilidad de que hubiera diversos propietarios de cada pieza se amoldaba a su creencia política de que el arte debía ser compartido con el pueblo. Hay, por tanto, un componente militante en su faceta como autor de grabados”, resume Virgilio.