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RIO DE JANEIRO, BRASIL — "Brasil no es para principiantes", dijo alguna vez en broma el grandioso compositor brasileño Tom Jobim. En ningún otro sitio es más cierta esa advertencia que en la caótica metrópolis costera que es el pulso del país: Río de Janeiro.
Es una ciudad de contrastes, donde conviven mundos muy diferentes y a la vuelta de cada esquina esperan sorpresas.
En un paseo al azar por los elegantes barrios pegados a las playas de Ipanema o Copacabana uno podría toparse con un exuberante bosque tropical. Muy cerca pueden verse condominios de lujo que dan paso a un laberinto de casas de ladrillo y lámina colocadas precariamente sobre un afloramiento rocoso — es decir una favela o barrio marginal.
Es esta proximidad entre ricos y pobres, ciudad y naturaleza, lo que le da una intensidad especial a Río. Pero también vuelve su recorrido un desafío para quienes la visitan por primera vez. Es incluso más difícil en la época del Carnaval, cuando las calles se transforman en alborotadas y tumultuosas fiestas con decenas de miles de juerguistas disfrazados que bailan al compás de los contagiosos ritmos de la samba.
Por suerte, Río está lleno de lugares que le permiten a uno ubicarse fácilmente. El Pan de Azúcar — el impresionante afloramiento rocoso que puede visitarse en un teleférico — domina la bahía de Guanabara en el este. La monumental estatua del Cristo Redentor que mira hacia el mar desde su posición privilegiada dentro de la densa selva de Tijuca está en el corazón de la ciudad. Un corredor de 8 kilómetros (5 millas) de arena blanca marca el extremo sur de Río, hogar de las legendarias playas de Copacabana, Ipanema y Leblón.
Aquí, la playa es una forma de vida y estos famosos corredores de arena son el escenario sobre el cual los cariocas pasan buena parte de su existencia. Los fines de semana atraen a grandes multitudes de todo el espectro de clases para nadar, surfear, cantar, hacer ejercicio, ir de picnic, cotillear, estirarse, retozar o pavonearse.
En el verano del Hemisferio Sur, de enero a marzo, las muchedumbres muchas veces son tan densas que es difícil encontrar un pedazo de tierra del tamaño de una toalla. Sin embargo hay que perseverar.
Entre las altas, jóvenes y adorables chicas bronceadas de Ipanema, sus parejas masculinas musculosas y cubiertas de tatuajes, una multitud de niños grita ante el torrente interrumpido de vendedores que ofrecen de todo, desde bloqueador solar hasta aguanieve elaborada con bayas del Amazonas. El fin es no pasar inadvertido.
Los robos han sido desde hace mucho tiempo un problema en la playa, pero la decisión del gobierno de retirar algunas de las favelas cercanas, lo que expulsó a líderes la droga que reinaban ahí, ha mejorado la seguridad en toda la ciudad, incluida la zona costera.
Sin embargo, es mejor dejar todos las cosas de valor como teléfono celular, cámara y reloj, en casa y vestirse como los lugareños, para no llamar la atención.
Para estar en la playa y, aunque no cubren mucho, los "sunja" o bañadores mini boxer para los hombres y el "fio dental" (hilo dental) para las mujeres, tienen una forma mágica de exhibir las mejores cualidades de todos, sin importar el tipo de cuerpo que se tenga.
Ningún viaje a la playa está completo sin un paseo por la Avenida Visconde de Piraja, la principal de Ipanema, donde vestirse de etiqueta implica bikinis, sarongs y sandalias. Abundan líneas de ropa de marcas locales que producen bonitos y costosos vestidos de verano, pantalones muy-muy cortos para los audaces y, por supuesto, bikinis. Las mejores casas de ropa de playa en Brasil son Lenny, Salinas y Osklen.
Si tiene antojo de un bocadillo en la playa, en Bibi Sucos sirven exóticos jugos de frutas recién hechos, y con la espiral ascendente de precios en Brasil, este es una de los pocos placeres que son asequibles en Río.
En tanto, hay restaurantes más sofisticados como Market, también en Visconde de Piraja, que ofrece alimentos deliciosos como alternativa a la comida que puede comprarse por kilo en bufetes de autoservicio y donde se paga por peso.
Para los brasileños de corazón y con un desarrollado instinto carnívoro, ningún viaje a Río está completo sin una visita a un "rodizio", un restaurante donde se ofrece una variedad infinita de cortes de carne. Para deshacerse de la extra dosis de filetes, Río ofrece varias excelentes opciones.
Tijuca, la selva forestal más grande del mundo, es hogar de monos, loros y coatíes, curiosas criaturas parecidas a los mapaches, así como de la estatua del Cristo Redentor, montado en un pedestal a 701 metros (2.300 pies) de altura. Para llegar ahí es necesario tomar el "bondinho", un pequeño camión que llega a la cima.
Otro lugar para visitar es el Jardín Botánico, una zona de 141 hectáreas (350 acres) muy bien cuidada donde habitan flora de Brasil y de otras partes. Los jardines botánicos incluyen el Orquidario.
Si cae una de las espectaculares tormentas de río, uno pude refugiarse en un museo. Las principales opciones son el Museo de Arte Moderno MAM cerca del centro histórico; el Instituto Moreira Salles en Gavea, con su colección de fotografías de primera; y el Museu de Arte Contemporanea, un complejo diseñado por el afamado arquitecto brasileño Oscar Neimeyer.
Sin embargo, las multitudes tampoco pueden escapar a la vida de Río durante el Carnaval.
Semanas antes de las celebraciones oficiales del 18 al 22 de febrero, los "blocos", o fiestas callejeras, atraen a miles de juerguistas. Aunque muchas veces los blocos son solamente una excusa para beber y bailar en las calles, algunos tienen temas, como el Blocao de Copacabana, un desfile donde los perros son disfrazados como hot dogs, hadas, superhéroes o Sargento Pimenta.
Sin embargo, la joya de la corona del Carnaval de Río sigue siendo la competencia de dos noches en el Sambódromo, donde 13 escuelas de samba compiten por el premio mayor. Sus elaboradas carrozas, masivas secciones de percusión y bailarinas de samba con atuendos de plumas y lentejuelas animan el espectáculo.
Si al final desea relajarse un poco después del Carnaval, sólo hay un lugar para ir: regresar a la playa.
En un paseo al azar por los elegantes barrios pegados a las playas de Ipanema o Copacabana uno podría toparse con un exuberante bosque tropical. Muy cerca pueden verse condominios de lujo que dan paso a un laberinto de casas de ladrillo y lámina colocadas precariamente sobre un afloramiento rocoso — es decir una favela o barrio marginal.
Es esta proximidad entre ricos y pobres, ciudad y naturaleza, lo que le da una intensidad especial a Río. Pero también vuelve su recorrido un desafío para quienes la visitan por primera vez. Es incluso más difícil en la época del Carnaval, cuando las calles se transforman en alborotadas y tumultuosas fiestas con decenas de miles de juerguistas disfrazados que bailan al compás de los contagiosos ritmos de la samba.
Por suerte, Río está lleno de lugares que le permiten a uno ubicarse fácilmente. El Pan de Azúcar — el impresionante afloramiento rocoso que puede visitarse en un teleférico — domina la bahía de Guanabara en el este. La monumental estatua del Cristo Redentor que mira hacia el mar desde su posición privilegiada dentro de la densa selva de Tijuca está en el corazón de la ciudad. Un corredor de 8 kilómetros (5 millas) de arena blanca marca el extremo sur de Río, hogar de las legendarias playas de Copacabana, Ipanema y Leblón.
Aquí, la playa es una forma de vida y estos famosos corredores de arena son el escenario sobre el cual los cariocas pasan buena parte de su existencia. Los fines de semana atraen a grandes multitudes de todo el espectro de clases para nadar, surfear, cantar, hacer ejercicio, ir de picnic, cotillear, estirarse, retozar o pavonearse.
En el verano del Hemisferio Sur, de enero a marzo, las muchedumbres muchas veces son tan densas que es difícil encontrar un pedazo de tierra del tamaño de una toalla. Sin embargo hay que perseverar.
Entre las altas, jóvenes y adorables chicas bronceadas de Ipanema, sus parejas masculinas musculosas y cubiertas de tatuajes, una multitud de niños grita ante el torrente interrumpido de vendedores que ofrecen de todo, desde bloqueador solar hasta aguanieve elaborada con bayas del Amazonas. El fin es no pasar inadvertido.
Los robos han sido desde hace mucho tiempo un problema en la playa, pero la decisión del gobierno de retirar algunas de las favelas cercanas, lo que expulsó a líderes la droga que reinaban ahí, ha mejorado la seguridad en toda la ciudad, incluida la zona costera.
Sin embargo, es mejor dejar todos las cosas de valor como teléfono celular, cámara y reloj, en casa y vestirse como los lugareños, para no llamar la atención.
Para estar en la playa y, aunque no cubren mucho, los "sunja" o bañadores mini boxer para los hombres y el "fio dental" (hilo dental) para las mujeres, tienen una forma mágica de exhibir las mejores cualidades de todos, sin importar el tipo de cuerpo que se tenga.
Ningún viaje a la playa está completo sin un paseo por la Avenida Visconde de Piraja, la principal de Ipanema, donde vestirse de etiqueta implica bikinis, sarongs y sandalias. Abundan líneas de ropa de marcas locales que producen bonitos y costosos vestidos de verano, pantalones muy-muy cortos para los audaces y, por supuesto, bikinis. Las mejores casas de ropa de playa en Brasil son Lenny, Salinas y Osklen.
Si tiene antojo de un bocadillo en la playa, en Bibi Sucos sirven exóticos jugos de frutas recién hechos, y con la espiral ascendente de precios en Brasil, este es una de los pocos placeres que son asequibles en Río.
En tanto, hay restaurantes más sofisticados como Market, también en Visconde de Piraja, que ofrece alimentos deliciosos como alternativa a la comida que puede comprarse por kilo en bufetes de autoservicio y donde se paga por peso.
Para los brasileños de corazón y con un desarrollado instinto carnívoro, ningún viaje a Río está completo sin una visita a un "rodizio", un restaurante donde se ofrece una variedad infinita de cortes de carne. Para deshacerse de la extra dosis de filetes, Río ofrece varias excelentes opciones.
Tijuca, la selva forestal más grande del mundo, es hogar de monos, loros y coatíes, curiosas criaturas parecidas a los mapaches, así como de la estatua del Cristo Redentor, montado en un pedestal a 701 metros (2.300 pies) de altura. Para llegar ahí es necesario tomar el "bondinho", un pequeño camión que llega a la cima.
Otro lugar para visitar es el Jardín Botánico, una zona de 141 hectáreas (350 acres) muy bien cuidada donde habitan flora de Brasil y de otras partes. Los jardines botánicos incluyen el Orquidario.
Si cae una de las espectaculares tormentas de río, uno pude refugiarse en un museo. Las principales opciones son el Museo de Arte Moderno MAM cerca del centro histórico; el Instituto Moreira Salles en Gavea, con su colección de fotografías de primera; y el Museu de Arte Contemporanea, un complejo diseñado por el afamado arquitecto brasileño Oscar Neimeyer.
Sin embargo, las multitudes tampoco pueden escapar a la vida de Río durante el Carnaval.
Semanas antes de las celebraciones oficiales del 18 al 22 de febrero, los "blocos", o fiestas callejeras, atraen a miles de juerguistas. Aunque muchas veces los blocos son solamente una excusa para beber y bailar en las calles, algunos tienen temas, como el Blocao de Copacabana, un desfile donde los perros son disfrazados como hot dogs, hadas, superhéroes o Sargento Pimenta.
Sin embargo, la joya de la corona del Carnaval de Río sigue siendo la competencia de dos noches en el Sambódromo, donde 13 escuelas de samba compiten por el premio mayor. Sus elaboradas carrozas, masivas secciones de percusión y bailarinas de samba con atuendos de plumas y lentejuelas animan el espectáculo.
Si al final desea relajarse un poco después del Carnaval, sólo hay un lugar para ir: regresar a la playa.
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